Asistente de Contabilidad

Álvaro Medina.

Soy nacido y criado en Talcahuano. Ahí pasé mi niñez y parte de mi juventud hasta los 22 años, junto a mi papá, mamá y mis dos hermanas mayores.

Vivíamos literalmente en la punta del cerro. Yo me bajaba de la micro donde terminaba la calle y tenía que seguir subiendo a pie. Era bien entretenido el lugar, porque teníamos playa, mucho viento, roqueríos, acantilado. Y ahora que lo pienso, en realidad era bien peligroso, pero nos entreteníamos mucho con mis amigos.

En mi casa el que trabajaba era mi papá y toda su vida se dedicó a ser maestro maderero, en los aserraderos. Pero mi mamá era la dueña de casa. Se hacía todo lo que ella decía.

Álvaro, de 17 años, junto a su mamá, Carmen.

Cuando terminé el Liceo no sabía bien qué hacer. Y mis papás tampoco tenían los recursos como para pagarme una carrera. Así que me puse a trabajar primero de vendedor en una librería y luego me ofrecieron una pega de cajero en un salón de té, pero en Santiago y yo nunca había venido. Pero acepté igual.

Llevaba dos años trabajando en el salón de té y me fui de vacaciones a San Pedro de Atacama. Me gustó tanto que me quedé viviendo ahí. Fueron cuatros años en total. Lavando platos y de recepcionista de un hotel, pero nadie te miraba en menos. Éramos todos iguales.

En San Pedro de Atacama.

A la Liga llegué en 2007 por un aviso en el diario. Estaba trabajando de cajero en un banco en Santiago y al mismo tiempo estudiaba comercio exterior. Postulé y quedé para el puesto de cajero en la farmacia de Erasmo Escala, para reemplazar a Geraldine Solís (hoy en RRHH), que se iba con prenatal.

En la farmacia de Erasmo Escala.

Yo era feliz trabajando en la Liga. Me quedaba cerca de la casa, podía seguir estudiando y de a poco me daban más responsabilidades. Hasta que un día se genera un cupo en el área de Administración y ahí me dije ‘esta es la oportunidad’. Era eso o cambiarme de pega y fui a hablar con el gerente de finanzas de la época. Así llegué a donde estoy ahora.

Con el tiempo me empecé a dar cuenta que había temas que no manejaba. Yo no era contador ni había estudiado algo relacionado a administración. Entonces le propongo a mi jefe (Claudio Saa) la posibilidad de perfeccionarme y estudiar. Para mí sorpresa no solo aceptan mi propuesta, sino que me dicen que elija entre tres instituciones, porque me iban a pagar la carrera completa de Contador General (2 años). Así que feliz!

Iba en el segundo año y mi pareja, Ricardo, se enferma de Cáncer. Pensé en congelar, pero él me alentó para que continuara. “Sigue nomás, no puedes perder esta oportunidad”. Y era verdad, porque yo jamás lo podría haber pagado y se me han abierto nuevas posibilidades de crecimiento en la Liga, como por ejemplo, trabajar en el proyecto de ERP. Ahí me di cuenta que había aprendido.

Al terminar los dos años que duraba la carrera, quise seguir para sacar el título de Contador Auditor. Eran dos años más. Entonces, cara dura, pedí más ayuda. Y nuevamente creyeron en mí y recibí el apoyo de la Liga. Ahora con el 50%, pero igual era tremenda ayuda. Hoy ya estoy en el último año.

La pérdida de Ricardo ha sido el gran golpe de mi vida. Alcanzamos a estar juntos casi 20 años. Los dos últimos luchando contra un cáncer al páncreas, que nunca dio síntomas. Al principio la esperanza siempre estuvo, pero las quimios y la metástasis hicieron lo suyo y todo se empezó a complicar. Se descartó la operación y los médicos nos dijeron que tendría solo tratamiento paliativo. Y ahí me di cuenta de lo que me estaban diciendo.

Junto a Ricardo, en un viaje a Lima.

Tuvimos que optar por la “sedación paliativa”. Que es una eutanasia encubierta. Y fue muy difícil firmar ese papel, porque ambos estábamos conscientes de lo que iba a pasar: una vez que comienzan con los medicamentos ya no vuelves a despertar. El 22 de diciembre de 2019 nos despedimos y se fue en la tarde del día de Navidad. Dormido y sin dolor.

Fue un período muy duro, pensé que moriría yo también. Pero aquí en la Liga se portaron increíble durante la enfermedad de Ricardo y  también después que partió. Me apoyaron en todo lo que se podía y más. Siempre estaré agradecido.

Hoy ya estoy mucho mejor y decidí ser feliz. Seguir estudiando me ayudó a no pensar ni recordar tanto. Y descubrí la terapia de acupuntura, que literalmente me salvó. En la primera sesión “una simple aguja” me liberó de la presión que sentía en el pecho, esa angustia mágicamente desapareció. Ahora en lugar de ir al sicólogo, continúo con mi terapia de acupuntura.