uxiliar de farmacia sede Concepción

Raúl Bravo.

Soy de aquí de la zona. Toda mi vida he vivido en Penco. Éramos 6 hermanos y yo soy el mayor. Pero quedamos 5 vivos, uno de ellos falleció en un accidente.

Mi papá trabajó en la tradicional fábrica de Fanaloza. Que después pasó a llamarse Lozapenco. Entonces la mitad trabajaba ahí y la otra mitad en la refinería de azúcar.

Por lo que veo, la niñez que me tocó vivir a fue la mejor época de mi vida. Hoy los niños nacen con el celular, viven su propio mundo, ya no hay eso de tomar once juntos, como familia reunidos en la mesa… como que eso ya no existe.

Al salir de Cuarto Medio quise ser sacerdote. Entonces me metí al Seminario Redentoristas, que está ahí en la calle Blanco, en Santiago. Estuve dos años, hasta que me juraron amor y me retiré. No sé si fue buena elección, porque yo sentía la vocación… pero son cosas de la vida.

Lo que siempre me ha gustado es estar con la gente. Tratar de entenderla. Y hoy sigo trabajando en la iglesia en todo caso. Dirijo un grupo en la iglesia de Penco dedicado a la virgen.

Tengo dos hijos hermosos que siempre han estado conmigo. Carolina (39) y Felipe (30). Con mi mujer al final nos separamos, después de 12 años juntos, pero nunca dejamos de ser papás, eso sí.

Raúl junto a sus hijos: Carolina y Felipe, y su nieta Amanda.

Ambos lograron sacar sus profesiones, mi mayor orgullo. Carolina es Químico Farmacéutico y trabaja en el Hospital de Yumbel. Y Felipe es ingeniero y trabaja para una minera.

Con 21 años empecé a buscar trabajo de lo que fuera. Trabajé en el puerto cargando sacos, también haciendo caminos, de junior en Lozapenco y de guardia de seguridad en pesqueras y tiendas.

A la Liga llegue en 2014 de auxiliar de aseo, pero también veía la puerta, de guardia. Pero era distinto a mi trabajo anterior, donde tenía que ser respetuoso pero enérgico. En cambio, acá no. Aquí hay que ser respetuoso, pero comprensivo con las personas. Porque para nosotros no son clientes, son pacientes.

Para ser honesto, cuando me ofrecieron estudiar para ser auxiliar de farmacia tuve miedo. Porque agarrar un cuaderno después de cuarenta y tantos años no es tan fácil. Al principio no me quedaba nada de lo que leía. Al final mis hijos y mis compañeras aquí me ayudaron mucho.

Terminé de los primeros el examen en la Seremía para ser auxiliar de farmacia. Lo revisé dos veces y el resto seguía contestando. Vino el encargado y me preguntó si estaba listo. “Sí”. Entonces me hizo apretar un botón y el resultado estuvo altiro. “Lo felicito, está aprobado”, me dijo.

Me siento muy orgulloso. Porque después de todo lo que viví en mi vida, lograr esto a los sesenta y tantos años, no es menor. Aunque sea una cosa chiquita, pero para mí es muy importante. Igual que para mis hijos. Ellos jamás de avergonzaron de mí.

Raúl en su primer día de Auxiliar de Farmacia.

“¿Está atendiendo dentro ahora? Lo felicito!” Así me dice la gente que me conoce, que me vio de guardia y ahora aquí atendiendo. Así que contento, porque sigo estando cerca de las personas. Y los pacientes igual son comprensivos, porque estoy aprendiendo aún.

Así que feliz aquí en la Liga. Porque esta es una institución que te abre caminos, que te da la oportunidad de avanzar y que valora el trabajo que uno hace.